La OMS señala que la planificación urbana puede promover hábitos saludables y la seguridad mediante inversiones en transporte activo, el diseño de zonas destinadas a la actividad física y la aprobación de reglamentos contra el tabaco y a favor de la inocuidad de los alimentos. La mejora de las condiciones de vida urbana en las esferas de la vivienda, el agua y el saneamiento tendrán un efecto muy importante en la mitigación de los riesgos sanitarios.
La rápida urbanización mundial a la que asistimos produce cambios importantes de nuestros modos y nivel de vida, comportamiento social y salud. Si hace 30 años vivían en las ciudades 4 de cada 10 personas, en 2050 serán 7 de cada 10.
Lima carece de una política de crecimiento urbano, por lo que los espacios públicos y familiares vienen sufriendo graves distorsiones. Esperamos que la nueva alcaldesa tome cartas en el asunto.
Acaso el principal problema que afronta Lima sea que sus habitantes no la sentimos como nuestra, en el sentido de utilizarla para lo que consideremos hacer. Si bien existen experiencias que vienen recuperando los espacios públicos para el deporte y el recreo, la tendencia hacia un encierro físico y mental persiste. No son casuales las miles de rejas que impiden el libre tránsito ni la paranoia colectiva que hace que todo extraño en un barrio cualquiera sea mal visto. Contribuyen a eso decenas de alcaldes que se montan sobre esa sensación para aplicar medidas ineficaces de seguridad ciudadana.
De vuelta al barrio
La lógica del uso de los parques también se ha desvirtuado. De ser lugares para el juego de todo tipo, en el que los chicos jugaban al fútbol o una pareja podía echarse a pasar la tarde, se vienen convirtiendo en espacios de uso restringido, en los que el deporte se ha vetado en privilegio de algunas florecitas. Si bien los parques deben ser agradables a la vista, ello es secundario frente a su naturaleza de espacio público.
Uno de mis mejores recuerdos de infancia son los partidos que jugábamos todas las tardes en el parque del barrio; de hecho afectábamos en algo el verde del pasto, pero disfrutábamos como nunca los treinta mocosos que ahí corríamos alrededor de la pelota. Hoy ese mismo parque más parece un cementerio, lleno de florecitas, que un espacio de la comunidad.Si se suprime la lógica original del parque como espacio colectivo, y se privilegia lo visual, ello llevará a que los chicos y chicas se alejen del barrio (como espacio y como sensación), porque éste no les permite hacer lo que ellos desean, lo que los puede llevar a usar su tiempo en temas menos vitales y hasta peligrosos.
Y eso es lo que no entienden los alcaldes y funcionarios de papel que gestionan la ciudad: una urbanización, un distrito o una ciudad, se deben a su gente, están para que la voluntad de ésta se cristalice, para el disfrute. Una política urbana no tiene que responder sólo a lo visual y a la construcción, antes que nada debe procurar espacios de convivencia.
Ratoneras
Otra de las aberraciones que el crecimiento urbano viene generando, es que la oferta inmobiliaria reduce cada vez más los espacios para la vida familiar. Un departamento de 70 u 80 metros es el común denominador para los limeños que pueden contar con una vivienda propia, luego de atarse a un crédito de intereses leoninos. El tótem del libre mercado, lleva a que en Lima y en otras partes del país, la vivienda se haya convertido en enclaustramiento, imposibilitando la vida sana. ¿Acaso es sano que una familia numerosa pase la mayor parte de su tiempo en condiciones mínimas de espacio?
Se trata de recuperar el sentido mismo de los ambientes en que la vida se desarrolla. Con viviendas que son ratoneras, sin que la autoridad pueda interpretar el sentido de la convivencia familiar y comunitaria, corremos un riesgo de convertir a la sociedad en presa de lógicas alejadas de un buen vivir. Obviamente a las grandes empresas constructoras les importa nada el espacio familiar frente a sus ganancias, pero justamente para ello existe un ministerio de Vivienda y municipios con competencias que debieran ser utilizadas para favorecer a la gente y no a la entelequia de los inversionistas.
El que puede puede
De no ser así, seguiremos progresivamente cediendo condiciones de vida familiar y convivencia barrial, lo que a la larga envilecerá nuestras relaciones humanas. Todos necesitamos un espacio idóneo que permita la vida familiar y un espacio libre que sirva para el deporte, el juego o el relax. En Lima eso se viene perdiendo aceleradamente, y los conjuntos habitacionales se encierran en sí mismos y encierran a las personas en cajas de fósforos en las que la intimidad de pierde. Sólo alguien que dispone de al menos 150 mil dólares puede contar con una casa de espacios razonables; todos los demás, la mayoría, debemos conformarnos con espacios reducidos y con el recuerdo de las casas de nuestros padres o abuelos.
Los ámbitos de convivencia públicos y privados, sufren el atentado de una lógica que privilegia el interés comercial. Una ciudad y un país que aspire al desarrollo deben enfocar este aspecto, ya que puede explicar una serie de situaciones problemáticas que la sociedad produce.
El cemento, el fierro, las construcciones y el ornato no son un fin, sino un medio para que la gente viva bien. Promover sólo el interés de un lado de la balanza, es repetir en lo que más cerca está de la gente, la casa y el barrio, lo que en el nivel nacional algunos pretenden hacer norma: los hechos consumados desde sentidos comunes interesados. Los limeños estamos notificados de que esta realidad se pretende consolidar, y seremos cómplices de la aberración si la creemos normal.
Autor: Alexandro Saco
Fuente: Diario La Primera