Artículo elaborado por el Dr. Ramón Chehade Herrera, publicado en Diario Gestión el 18 de noviembre de 2015.
En los últimos años, nuestro país ha experimentado una intensa y variada actividad inmobiliaria, impulsada principalmente por el emprendimiento privado concentrado en la edificación de nuevas viviendas, comercios y oficinas. La gran mayoría de estas nuevas construcciones apuntaba a resolver una necesidad en concreto, sirviéndose para ello de las infraestructuras urbanas existentes y originando una sobrecarga –cuando no una saturación– de los escasos espacios públicos y equipamientos urbanos de la ciudad.
Bajo el actual modelo de ciudad en el que la planificación urbana es un asunto de poco interés, los ciudadanos difícilmente podemos aspirar a tener un nuevo parque cerca a casa, un nuevo museo en nuestro distrito o un nuevo espacio público destinado al esparcimiento, por lo que muchos buscan resolver tales necesidades acudiendo a espacios de propiedad privada, donde aún pueden encontrar áreas destinadas al uso público, como son los centros comerciales. Sin embargo, en ellos no podemos resolver todas las necesidades de ocio, deporte y recreación que requieren las personas y los niños, en especial, y no todos los ciudadanos pueden pertenecer a un club o asociación privada que les brinde esos espacios.
En vista de que en nuestro medio la iniciativa privada no acostumbra comúnmente crear nuevos espacios públicos en beneficio del interés general, son entonces las municipalidades, en su calidad de autoridades responsables de la administración y gestión del territorio, las encargadas de diseñar las fórmulas y mecanismos suficientes para que la ciudad incremente sus espacios destinados al uso público. Una inmejorable oportunidad para alcanzar estos importantes objetivos son los planes urbanos, los cuales deben ser entendidos por todos los actores urbanos como los elementos fundamentales de planificación urbanística y donde el espacio público constituye una pieza esencial en la generación de ciudad, por ser una suerte de prolongación del espacio privado, dada su natural e indesligable articulación con las necesidades del ciudadano.
En otros países, bajo un marco regulador que modela fina y eficientemente la planificación urbanística con la actuación privada, se ha logrado crear nuevos y generosos espacios de uso público en beneficio de la ciudad, con estacionamientos subterráneos bajo suelo privado cuyos ingresos son percibidos por los municipios, los que, en contraprestación, han concedido al privado titular del suelo una mayor edificabilidad en superficie bajo parámetros determinados. Si a ello se adiciona una zonificación que estimule los usos mixtos del suelo, se consigue revitalizar áreas deterioradas de la ciudad que cayeron presas del estancamiento urbano producto de zonificaciones anacrónicas e incongruentes con las nuevas necesidades de la ciudad y su población.
Nuestras ciudades han ingresado a la modernidad del desarrollo urbano por la puerta falsa, casi como de costado y mirando hacia abajo, huérfanas de nuevos espacios públicos, equipamientos urbanos y ausentes de toda planificación urbanística. Nos hemos disfrazado de modernidad en un traje alquilado. El tiempo corre en nuestra contra y el disfraz ya comienza a apretar. Es momento de abrir la puerta principal para dar paso a la planificación, incorporar nuevas herramientas de gestión urbanística que superen la estructura predial tradicional, dejar de pensar en lotes para pensar en manzanas y dar un decidido paso hacia el progreso y mejora de nuestra ciudad para dotarla de espacios públicos de calidad. No tenemos otra salida.