Articulo escrito por el Arquitecto Frederick Cooper y publicado por el Diario La República el 01 de Setiembre de 2012.

 
En las últimas semanas algunos concejos distritales y varios periodistas han manifestado su abierta discrepancia para con una disposición de la Municipalidad de Lima que cambia el procedimiento que regula los pedidos de cambios de zonificación en el ámbito metropolitano.
 
El concepto de zonificación, tal como hoy prevalece, se originó ahora casi un siglo, cuando el racionalismo arquitectónico y urbano trasladó al campo del diseño de la ciudad y de los edificios un sentido de funcionalidad derivado de la noción primaria de que un manejo abstracto y lógico de los factores que inciden utilitariamente en la conformación urbana tendrían que necesariamente traducirse en entornos físicos confortables y armoniosos. El hecho de que una supuesta objetividad sociológica y técnica  se adueñara de los mecanismos que determinan la forma urbana, determinó que el manejo de la zonificación excluyera a la realidad arquitectónica, principalmente porque sus preceptos normativos concuerdan operativamente con el criterio burocrático que predomina en nuestra modernidad urbanística, desde que trasladan la formulación de la morfología urbana al ámbito anónimo e impersonal de unas legislaciones públicas visualmente alienadas. La obsoleta persistencia de una ciega tautología normativa (consideraciones estadísticas, criterios falsamente democráticos, o preceptos reglamentarios ajenos a la realidad visual de las calles, plazas o parques que siempre será inevitablemente consecuencia de las arquitecturas que se alcen en torno a ellos), continúa así rigiendo la anacrónica y desinformada mentalidad de los legisladores o autoridades, tanto estatales como municipales, que debieran velar por nuestro ordenamiento urbano.
 
No de otra manera cabe entender el alboroto a que ha dado lugar la referida ordenanza, otro galimatías normativo que insiste en el absurdo de pretender que un modelado urbano coherente y armonioso pueda surgir de la aplicación ciega de coeficientes, tasas, densidades o medidas, en otras palabras de consideraciones meramente mecánicas. Siendo una ciudad un organismo vivo y con memoria, su inevitable evolución, renovación o crecimiento demanda inexorablemente un manejo realista de su conformación, una estrategia que, confiada consciente y selectivamente a planificadores ilustrados y versados en los requerimientos de sus vecinos o habitantes, y en base a estrategias definidas que encaucen su evolución futura, formule pautas visualmente sustentadas que se traduzcan en entornos gratificantes y efectivamente útiles.
 
Esta manera simple, presencial y directa de entender el modo como debiera conducirse al desarrollo urbano porta el respaldo de una inmemorial precedencia histórica. No existirían, ni el Cusco que heredamos sin la modernidad ilustrada y resuelta que impuso el obispo Mollinedo; ni habría la Roma barroca que tanto nos seduce de no haber habido un papa Sixto V que presintió un orden formal que la hizo mutar a un clasicismo más ágil y comunicativo; ni habría el París que ahora tanto nos deslumbra sin un Barón Haussmann, ni puede explicarse la Barcelona actual sin la complicidad entre su dirigencia y población que alentó a Ildefonso Cerdá y más recientemente a Oriol Bohigas, a transformar a su raída e inexpresiva forma urbana en la ciudad vital y espléndida que ha devenido ahora.
 
Por cierto, estos incuestionables logros han sido siempre consecuencia de la admisión del genuino talento arquitectónico como el factor fundamental y decisivo para alcanzar la excelencia urbana. Toda ciudad es, al fin y al cabo, la consecuencia concertada de sus arquitecturas, un factor ineludible que exige rebajar la secundaria importancia de los factores tecnológicos a un rango instrumental sólo admisible cuando obran supeditados a un sentido de la forma que garantice un orden visual amable y armonioso. La zonificación no es, en tal sentido, sino un subterfugio para admitir a la mediocridad y la ceguera como instancias definitorias de la formalidad urbana. En tal sentido, la discusión a que ha dado lugar la sonora ordenanza que encumbra nuevamente a la zonificación a un rango definitorio de la composición urbana resulta, en realidad, intrascendente.
 
 
Fuente: Diario La República
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