Articulo escrito por el Dr. Ramón Chehade Herrera y publicado por el Diario Gestión el 19 de setiembre de 2018
Durante los últimos años, hemos visto la aparición de innumerables proyectos comerciales, de vivienda y otros usos que vienen transformando el perfil de la ciudad y que contribuyen a consolidar su nueva imagen urbana.
Algunos proyectos revelan una atrevida arquitectura, innovadores materiales y diseños. Así como una decidida apuesta por expresar una arquitectura diferente, original y con una factura que denota un diseño más cosmopolita.
Algunas nuevas expresiones arquitectónicas proponen edificaciones que buscan desarrollar usos mixtos, al tiempo que revelan una mayor preocupación por lo que sucede en el espacio público y como integrarse al entorno urbano de la mejor manera. Aunque aún la apuesta se percibe como muy tímida, tal vez debido a la ausencia de un adecuado marco legislativo, pareciera ser que la combinación de locales comerciales en la primera planta y departamentos de vivienda en los pisos superiores empieza a asomar con acierto en algunas zonas de la ciudad.
Sin embargo, la falta de herramientas de gestión de suelo, la obsoleta concepción del derecho de propiedad, los interminables procesos de expropiación, la olvidada regulación de la zonificación y usos del suelo, la concurrencia de normas emitidas por distintas autoridades para regular idénticas materias, las pobres alturas máximas permitidas, la ausencia de captura de plusvalías a favor de la ciudad, entre otras deficiencias urbanísticas, vienen privando a la ciudad de recibir inversiones inmobiliarias de otra escala y de colocar a Lima en otro nivel de desarrollo urbano, evidenciando que, al igual como sucede en el resto del país, tenemos un creciente desarrollo de la arquitectura, pero una preocupante parálisis en cuestiones de urbanismo, de planificación y de construcción de ciudad.
Si bien los nuevos proyectos inmobiliarios ambicionan alcanzar su más pronta realidad para ejercer la función para la cual fueron concebidos, poco hacemos por trabajar en la construcción de una ciudad más humana, en generar nuevos espacios públicos, en reivindicar al ciudadano como eje central de las políticas urbanas o en diseñar nuestras ciudades pensando en el mañana. Todas esas son preocupaciones que no corresponden al arte de la arquitectura, sino que caen en el ámbito de la planificación territorial, del urbanismo y en las competencias de las autoridades responsables del manejo y de la gestión de la ciudad.
Puede resultar algo contradictoria esta comparación, pero mientras vemos que la arquitectura se nutre, crece y fortalece, existe un absoluto desinterés por cuestiones de primera importancia que preocupan desde hace largos años a la ciudadanía y en cuyo involucramiento la mayoría de autoridades municipales parece haber tomado buena distancia. Así, podemos decir que mientras los diseños y colores de la arquitectura siguen cautivando nuestros sentidos, la ciudad se sigue hundiendo en el caos, la improvisación y el desorden urbano. Mientras la arquitectura crece, nuestro urbanismo agoniza, lo que nos hace recordar aquellas imágenes de la película “Titanic”: mientras el barco se hunde, la orquesta sigue tocando.
Estamos próximos a entregar el manejo y destino de nuestra ciudad a nuevas autoridades municipales. Tenemos una nueva oportunidad de corregir el rumbo urbano de Lima y trabajar en el desarrollo de nuevas herramientas de gestión así como en su planificación urbana. El próximo alcalde metropolitano tiene grandes retos que afrontar. La ciudad no puede seguir a la deriva ni puede esperar más. No permitamos su naufragio pues de producirse todos perderíamos, incluida nuestra nueva e innovadora arquitectura.