He aquí algunas de esas fallas: Lima –y en similar medida las urbes del interior– sigue creciendo principalmente de manera horizontal, pues pese a la escasez de suelos urbanizables, la normatividad privilegia la lotización en lugar de la venta de grandes extensiones para el desarrollo de complejos multifamiliares. Y este problema se hace más evidente en las zonas donde hoy vive la nueva clase media. La principal deficiencia de este descuido es que la construcción de casas independientes es principalmente informal, libre de supervisión y por costumbre incompleta, lo que hace de Lima una ciudad a medio construir (y estéticamente nada atractiva).
Otro grave problema es la falta de instrumentos de financiamiento disponibles en el mercado de capitales para la construcción de proyectos habitacionales. Sobran los dedos de una mano para contar el número de inmobiliarias inscritas en el Registro Público del Mercado de Valores; la mayoría se financia mediante créditos bancarios, una alternativa que ha crecido pero que no podría sostener ningún "boom" que merezca ese apelativo.
En tercer lugar, la planificación urbana es inexistente. Se entiende que una ciudad necesite centros comerciales, pero pocos parecen igual de interesados en pensar en áreas de esparcimiento o en centros culturales. La reglamentación sufre de idas y venidas, como por ejemplo la autorización del número de pisos que deben tener los edificios en los distritos rentables; además que todavía es engorrosa y lenta.
Para cerrar este círculo vicioso, no existe un sistema de certificación que sea confiable y que asegure que las edificaciones cumplan las normas. En suma, el mercado inmobiliario peruano está aún en pañales. ¿Alguien se anima a hacerlo crecer adecuadamente?
Fuente: Diario Gestión